Era media tarde, en cualquier lugar, hay unhombre rico y otro pobre.
Voy a contarles lo que ocurrió el día en que cumplió años el hijo del hombre rico.
Al niño le regalaron muchas cosas. le regalaron un caballo de madera, seis pares de calcetines blancos, una caja de lápices y tres horas diarias para hacer lo que quisiera.
Durante los diez primeros minutos, el niño rico miró todo con indiferencia. Empleó otros diez en hacer rayas por las paredes. Otros diez en arrancarle una oreja a un caballo. Y otros diez en dejar sin minutos las tres horas libres. Esta última maldad fue haciéndola minuto a minuto, despacio, aburrido, por hacer algo sin saber que hacer
Al deshacer los paquetes, más aburrido que impaciente, había tirado por la ventana una cinta azul que venía amarrada a la caja de los lápices, una cinta como de un metro, de un dedo de ancho, de un azul fiesta brillante.
La cinta fue a dar a la calle, a los pies de Juan Lanas, un niño despierto, de ojos asombrados, pies descalzos y hambre suficiente para cuatro.
Juan Lanas pensó que aquello era lo más maravilloso que le había ocurrido en la %última semana, en la que estaba pasando, y seguramente que en la que iba a empezar.
Pensó que era la cinta con la que amarran las botellas de champaña a la hora de bautizar los maravillosos barcos de los piratas.
Pensó que sería un bonito lazo para el pelo de su madre, si su madre viviese. Pensó que haría muy bonito el cuello de su hermana, si tuviera una hermana.
Pensó que podría ser fajín de general. Y, pensándolo, empezó a desfilar al frente de sus soldados, todos con plumero, todos con espada.
Y Juan desfiló por las calles, importante, decidido. Los que lo vieron pasar pensaron que era un niño seguido de nadie. Y, al poco rato, un niño seguido de un perro.
Pero Juan sabía que el perro era su mascota, que los soldados pasaban de siete, que era todo lo que Juan sabía contar.
Y mientras Juan desfilaba el niño rico se aburría.