Un hombre, que vivía en la ciudad, decidió vender una casita que poseía en el campo, heredada de sus padres, porque no vivía nunca en ella y le parecía un estorbo.
Encontró a un amigo periodista y poeta aficionado y le pidió que le ayudara a escribir un anuncio para publicarlo en la prensa y, como se estila ahora, en internet.
-Quiero vender aquella casucha que tengo en el campo y que tú has visitado alguna vez. ¿me escribes un buen anuncio? Espero tener suerte y desprenderme de esa dichosa carga.
El poeta escribió:
“Vendo una hermosa propiedad, donde al alba trinan los pájaros, circundada por un verde bosque, atravesada por el agua límpida y sonora de un torrente. La casa está inundada del sol naciente y ofrece una sombra fresca y reparadora en la terraza. Grillos y estrellas alegran la noche”.
Algún tiempo después, el poeta volvió a encontrarse con su amigo y le preguntó:
– ¿Vendiste la casa?-No -respondió-. Cambié de idea. Cuando leí el anuncio que tú escribiste, comprendí que poseía un preciado tesoro. Ahora estoy todo el tiempo en ella y entiendo porque les gustaba tanto a mis padres.