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Parroquia

Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Palmera

81

Volvemos a plantar palmeras... Queridos amigos de las palmeras: Paz y Bien. Después de un largo tiempo de desierto, comenzamos a plantar palmeras, una cada semana. Queremos un oasis con ciento cincuenta palmeras, como el número de salmos. Volvemos a sentarnos en el oasis, a la sombra, para leer historias que no sabemos si han sucedido o solamente son sueños...comenzamos esta etapa del Palmeral de los Sueños, aprendiendo historias para vivir los sueños. Un abrazo, José Manuel
Caperucita Roja, contada por el lobo

Palmera 81

Como ocurre en la historia de Caperucita, muchas veces damos por cierta una visión de los hechos sin preguntarnos qué es lo que demás tendrán que aportar. Ante una misma realidad cada persona puede vivirla y experimentarla de forma diferente y única.

El Palmeral

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Caperucita Roja, contada por el lobo

El bosque era mi casa. Allí vivía yo y lo cuidaba. Procuraba tenerlo siempre limpio y arreglado. Un día de sol mientras estaba recogiendo la basura que habían dejado unos domingueros, oí unos pasos. De un salto me escondí detrás de un árbol y vi a una chiquilla más bien pequeña que bajaba por el sendero llevando una cestita en la mano.

En seguida sospeché de ella porque vestía de una forma un poco estrafalaria,toda de rojo, con la cabeza cubierta, como si no quisiera ser reconocida.

Naturalmente me paré para ver quién era y le pregunté cómo se llamaba, a dónde iba y cosas por el estilo. Me contó que iba a llevar la comida a su abuelita y me pareció una persona honesta. Sin embargo, lo cierto es que estaba en mi bosque y resultada sospechosacon aquella extraña caperuza, así que sencillamente le advertí de lo peligroso que era travesar el bosque sin antes haber pedido permiso y con un atuendo tan llamativo.

Dejé que se fuera por su camino y después me apresuré, por un atajo que conocía, para llegar antes que ella a casa de la abuelita. Cuando vi a aquella simpática viejecita le expliqué el problema, y ella estuvo de acuerdo en que su nieta necesitaba una lección. Quedamos en que se quedaría fuera de la casa, pero lo cierto es que se escondió debajo de la cama. Entonces yo me vestí con sus ropas y me metí dentro.

Cuando la niña llegó, la invité a entrar en el dormitorio.Al sentarse en la cama, lo primero que hizo fue decir algo poco agradable sobre mis grandes orejas. Ya con anterioridad me había dicho otra cosa desagradable, pero hice lo que pude para defender a mis orejas y le dije que gracias a ellas podía escucharla mejor. Quise decirle también que me encantaba su timbre de voz y como lo utilizaba para contar historias. De verdad quería prestar mucha atención a lo que me decía, pero ella hizo enseguida otro comentario sobre mis ojos saltones.Como podéis imaginar empecé a sentir cierta antipatía por esa niña que aparentemente era muy buena, pero que en realidad era poco simpática. Sin embargo, como ya es costumbre en mí poner la otra mejilla, le dije que mis ojos grandes me servían para verla mejor.

El insulto siguiente ya me hirió de verdad. Soy consciente de que mis dientes no tienen la mejor estética, pero el comentario que hizo fue muy desagradable. Así, aunque hice todo lo posible por controlarme, salté de la cama y le dije furioso que mis dientes me servirían ¡para comérmela mejor!

Ahora, seamos sinceros, todo el mundo sabe que ningún lobo se comería a una niña. Pero aquella loca chiquilla empezó a correr por la casa gritando y yo detrás, intentando calmarlahasta que se abrió de improvisto la puerta y apareció un guardabosque con un hacha en la mano.

Lo peor es que yo me había quitado ya el vestido de abuela y enseguida vi que estaba metido en un lío y desprotegido. Sin contemplar otra opción, me lancé por una ventana que había abierta y corrí lo más veloz que pude.Me gustaría decir que así fue el final de todo aquel asunto, pero aquella abuelita nunca contó la verdad de la historia. Poco después empezó a circular la voz de que yo era un tipo malo y antipático y todos empezaron a evitarme. No sé nada de aquella niña con aquella extravagante caperuza roja, pero desde aquel percance nunca he vuelto a vivir en paz.

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