Un día le contaron al tigre que el hombre era el ser más poderoso de la creación. Desde ese momento, el tigre sintió una gran curiosidad por conocer a un ser humano. Quería saber cómo era aquel animal al que todos temían.
Una tarde, mientras paseaba por el desierto, el tigre se quedó impresionado por un extraño animal que tenía dos montañas en el lomo.
— ¿Tú eres un ser humano? —preguntó el tigre.
— No, amigo. Yo soy un camello. Los seres humanos son más pequeños.
El tigre siguió su camino. Salió del desierto y anduvo y anduvo, hasta llegar a una pradera. Allí vio a otro animal de aspecto muy fiero.
— ¿No serás tú un ser humano? —le preguntó el tigre.
— Pues no. Yo soy un toro bravo. Los seres humanos no son tan fuertes como yo.
El tigre se marchó extrañado, pensando por qué serían tan poderosos unos seres que ni eran grandes ni eran fuertes.
Pasados unos días, el tigre llegó a un bosque. Allí, detrás de unos árboles, junto a una cabaña, oyó cantar a alguien. Se acercó y vio un animal pequeño, de aspecto inofensivo.
“¡Pobre animalillo!”, pensó.
— Tú eres una hormiga, ¿verdad? —preguntó el tigre.
— No, no soy una hormiga, soy un ser humano —respondió el animal.
— ¿Tú? —preguntó el tigre muy extrañado—. Pero… si ni siquiera tienes garras y… ¡seguro que tampoco sabes gruñir!
El tigre se quedó observando al ser humano y, entonces, tuvo una idea.
— Lo siento, pero voy a comerte —le dijo al hombre—. Así demostraré a todos que soy más poderoso que tú.
— Bueno —dijo el hombre resignado—. Pero querrás que te enseñe primero mi cabaña, porque te quedarás con ella, ¿no?
El tigre asintió y, siguiendo las indicaciones del hombre entró en la cabaña. En ese momento, el hombre cerró la puerta por fuera y dejó al tigre encerrado en el interior.
Y así fue como el tigre pudo comprobar que, verdaderamente, el ser humano era el animal más poderoso de la creación, aunque no tenía garras y ni siquiera sabía gruñir.