En un pueblo, vivía un pobre molinero con su hijo. Un año, hubo una gran sequía en el lugar y echó a perder todo el trigo de los campos. Al final, nadie tenía trigo que moler, y el pobre molinero y su hijo ya no podían vivir de su trabajo.
-Padre, no nos queda ni siquiera una barra de pan -se lamentó el muchacho.
– ¡Si que es un problema! ¿Qué podemos hacer?
Tengo una buena idea: ¡venderemos nuestro asno! -exclamó el molinero- Después de todo, ahora ya no nos sirve de nada.
Así, el molinero y su hijo decidieron ir a la ciudad a vender el asno. Era un día de verano, y hacía un calor abrasador. Salieron de camino con su asno, secándose el sudor de la frente mientras caminaban.
Al llegar a un río vieron a unas mujeres que lavaban la ropa a la orilla.
– ¡Mira eso! ¡Qué tontos, caminar un día tan caluroso teniendo un asno! -dijeron las mujeres entre risas.
Al oír esto, el molinero respondió enfadado: – ¿Qué hay de malo en tener asno?
A lo que una de las mujeres respondió: -Yo creo que un hombre listo llevaría a su hijo montado en burro, ¿no crees?
Pensando que aquella mujer tenía razón, el molinero montó a su hijo en el asno.
Poco después, se cruzaron con una anciana que caminaba apoyándose en un bastón. De pronto, la anciana levantó su bastón y golpeó al chico en la cabeza, diciendo:
– ¡Que egoísta eres! ¿No te da vergüenza ir montado en el asno mientras tu pobre padre va caminando con este calor?
El hijo, asombrado, pensó que la mujer tenía razón. Se bajo del asno y dejó que su padre fuese montado, mientras él caminaba y guiaba al animal. Continuaron su camino cuando, al rato, pasó un caminante que se río de ellos, diciendo:
– ¡Que tontos son! ¡Con este calor, deberían ir los dos montados en burro! El molinero y su hijo pensaron que era una gran idea, por lo que se montaron los dos sobre el pobre burro, que a duras penas podía con tan pesada carga. Mas adelante, vieron a un labrador arando el campo. Al verles, comentó:
– ¡Pero qué estúpidos! ¡Maltratar a un pobre asno haciéndole cargar con dos personas!
El molinero respondió enfadado: -De todos modos, este asno lo vamos a vender en el mercado.
-Pues peor aún -dijo el labrador-. Nadie querrá comprar un burro tan cansado.
El molinero y su hijo, comprendieron que tenía razón, se bajaron del asno, diciendo: -Hemos sido tontos y crueles contigo. Ahora te llevaremos sobre nuestros hombros.
Padre e hijo ataron las patas del asno y lo cargaron sobre sus hombros. El asno iba tan incómodo que se movió para intentar soltarse. Con el susto, sus dueños soltaron la carga, y el asno cayó ruidosamente al río.