En una ocasión, un hombre que se encontraba angustiado por los problemas cotidianos escuchó una voz que le decía:
¡Sal a la calle que hay un regalo para ti! Sin pensárselo obedeció a la misteriosa voz, y, entusiasmado se encontró con el regalo.
Era un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta de su casa. Era de madera de nogal decorada con herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante.
Abrió la portezuela de la cabina y subió. Se sentó y se dio cuenta que todo estaba diseñado exclusivamente para él, muy cómodo, y sin lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana, vio el paisaje y se quedo un rato disfrutando de esa sensación. Sin embargo, al rato comenzó a aburrirse; lo que veía por la ventana era siempre lo mismo. Y se pregunto: «¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?»
Y se convenció de que el regalo que le hicieron no servía para nada. Nuevamente la voz le dijo: — ¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Y la voz nuevamente le dice: —Te faltan los caballos —
Por eso veo siempre lo mismo —pensó—, por eso me parece aburrido…
Entonces se dirige hasta el corralón de la estación y le ató dos caballos al carruaje. Se subió otra vez y gritó: —¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se volvió maravilloso, extraordinario, cambiaba permanentemente y eso le encantaba.
Sin embargo, al poco tiempo empezó a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una grieta en uno de los laterales.
Y piensa:- Son los caballos que me conducen por caminos terribles; se meten en todos los baches, van por caminos intransitables, me llevan por barrios desconocidos. Se dan cuenta que no tienen ningún control; los caballos lo arrastran a donde ellos quieren, lo que es muy peligroso.
Y comenzó a asustarse y a darse cuenta que eso tampoco le servía.
En ese momento, la voz le dijo: — ¡Te falta el cochero!— ¡Ah! – Entendió, con gran dificultad frenó los caballos y decidió contratar a un cochero.
Entonces obtuvo el control de la situación. Y concluyó: Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Por lo que se subió, se acomodó, asomó la cabeza y le indicó al cochero el destino a recorrer.
En cuando se percata que el cochero conduce el carruaje, controla la situación, decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta, por fin disfruta del viaje.