Había una vez, allá muy lejos, en un país de Asia, cuatro sabios ciegos que nunca habían visto un elefante.
– ¿Qué les parece si vamos donde nuestro generoso rey para que nos enseñe su elefante manso? Dijo uno de ellos.
– ¡Si, vamos! Dijeron los otros.
Y a casa del rey llegaron los cuatro ciegos. Entraron por la puerta de oro y cuando estuvieron frente al soberano le dijeron:
-Venimos señor rey porque somos ciegos y como no conocemos los elefantes, venimos a que con tu bondad nos permitas conocerlo.
-Yo los conduciré para que con sus propios medios conozcan mi elefante.
Respondió el soberano y los condujo al establo, donde el paquidermo se disponía a comer un suculento plato de zanahorias.
Cuando el rey les iba a indicar como acercarse al elefante, los ciegos corrieron hacia el animal para tocarlo y saber así como era. Uno de ellos agarró una pata, el otro se agarró de la cola que subía y bajaba en el aire, sin soltarse; el tercero tocó con su bastón uno de los colmillos; el cuarto, ni siquiera llegó hasta el elefante, porque se tropezó con el heno y cayó dentro del montón de zanahorias.
– ¡Ya sé! Gritó el ciego que tenía al animal agarrado de la cola: “Los elefantes son como la cuerda de una campana”.
– “Falso, falso” dijo el que estaba aferrado a la pata, es grande y redondo como las columnas del castillo.
– “Los dos se equivocan, interrumpió el ciego que golpeaba y golpeaba con su bastón el colmillo, “los elefantes son duros y rígidos como un árbol”.
– “No señores”, dijo el que estaba dentro del plato y quien, asombrado de la inmensa cantidad de alimento, sentenció:
– “Todos los elefantes son como un gigantesco conejo porque se alimentan con cientos de zanahorias”.
– Calma, calma, dijo el rey. Ninguno ha podido saber cómo es el elefante porque solo han tocado alguna de sus partes. Vengan acá ahora, entre los cuatro, recorran con sus manos al animal y conversen sobre él. Aquí está también el esclavo que lo cuida y alimenta; él sabe mucho de elefantes y pueden preguntarle lo que quieran.
Todos los sabios tenían parte de razón, ya que todas las sensaciones que habían experimentado eran ciertas y creían que los demás estaban equivocados, pero sin duda todos a su vez estaban desacertados respecto a la imagen real del elefante.