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Parroquia

Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Palmera

125

Volvemos a plantar palmeras... Queridos amigos de las palmeras: Paz y Bien. Después de un largo tiempo de desierto, comenzamos a plantar palmeras, una cada semana. Queremos un oasis con ciento cincuenta palmeras, como el número de salmos. Volvemos a sentarnos en el oasis, a la sombra, para leer historias que no sabemos si han sucedido o solamente son sueños...comenzamos esta etapa del Palmeral de los Sueños, aprendiendo historias para vivir los sueños. Un abrazo, José Manuel
Alejandro Magno y Diógenes

Palmera 125

Hay muchos hombres y mujeres que se mueven sin cesar hacia conquistas más o menos grandes, inhabilitándose para apreciar muchas de las pequeñas y grandes alegrías que ofrece la vida.

El Palmeral

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Alejandro Magno y Diógenes

Al oír hablar sobre Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo estaba acostado tomando el sol, Alejandro se paró ante él.

Diógenes se percató también de la presencia de aquel joven espléndido. Levantó la mano comprobando que el sol ya no se proyectaba sobre su cuerpo. Apartó la mano y se quedó mirándolo.

El joven se dio cuenta de que era su turno de hablar y pronunció:

– «Mi nombre es Alejandro El Grande”, pronunciando esto con cierto énfasis enaltecedor.

– «Yo soy Diógenes el perro”

Hay quienes dicen que retó a Alejandro Magno con esta frase, pero es cierto también que en Corinto era conocido como Diógenes el perro. De todas formas, a Diógenes no parecía importarle quien era.

El emperador recuperó el turno:

– «He oído de ti Diógenes, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tu rechazo del hombre virtuoso, del hombre político, tengo que confesar que tu discurso me fascina».

Diógenes parecía no poner atención en lo que su interlocutor le comunicaba. Más bien comenzaba a mostrarse inquieto. Sus manos buscaban el sol que se colaba por el contorno de la figura de Alejandro Magno y cuando su mano entraba en contacto con el cálido fluir, se quedaba mirándola encantado.

– “Quería demostrarte mi admiración», dijo el emperador. Y continuó: «Pídeme lo que tú quieras. Puedo darte cualquier cosa que desees, incluso aquellas que los hombres más ricos de Atenas no se atreverían ni a soñar».

– “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad y también es cierto que solo tú puedes darme esa satisfacción”.

Alejandro afirmó: «Si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes.»

Diógenes se río y dijo:

– ¿Qué te impide serlo ahora? ¿Adónde vas?

-Voy a la India a conquistar el mundo entero, contestó Alejandro

-¿Y después qué vas a hacer? preguntó Diógenes.

– Después voy a descansar, comentó Alejandro.

Diógenes se río de nuevo y dijo:

-Estás loco. Yo estoy descansando ahora; no he conquistado el mundo y no veo la necesidad de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿por qué no lo haces ahora? Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje.

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