Estaba un zapatero en su oración matinal,cuando oyó una voz que le anunciaba que, aquel día, Cristo vendría a visitarle. El zapatero se llenó de alegría y se dispuso a hacer su trabajo lo más deprisa que pudiera, para que cuando Cristo viniera pudiese dedicarse enteramente a atenderle.
Apenas abrió su tienda llegó una mujer de la vida para que el zapatero arreglase sus zapatos. El hombre la atendió con cariño e incluso soportó con paciencia que la mujer charlase y charlase, contándole todas sus penas, aunque con tanta charla fue retrasando su trabajo.
Cuando se fue, vino a visitarle otra mujer, una madre de un niño enfermo y que también pedía la reparación de unos zapatos. El zapatero la atendió, aunque su corazón estaba en otro sitio: en su deseo de terminar cuanto antes, no fuera a llegar Cristo cuando él aún no hubiese terminado.
A la tarde llegó un borracho con un par de zapatos para reparar. Y mientras el tambaleante borracho hablaba y hablaba sin parar, apenas dejaba al zapatero rematar su tarea.
Cayó la noche sin que el zapatero hubiese tenido un minuto de descanso, pero aún así se preparó para recibir la venida de Cristo. Mas las horas pasaban y se hizo la noche cerrada. Y el zapatero empezó a temer que Cristo ya no vendría. Quizás había pasado de largo al verlo ocupado atendiendo los zapatos de sus clientes. Y el zapatero dudaba si acostarse o no.
Sólo entonces escucho una voz que le decía: » ¿Por qué me esperas? He venido a verte tres veces a lo largo del día a reparar mis zapatos, y de paso a charlar contigo».