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Parroquia

Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Palmera

42

Volvemos a plantar palmeras... Queridos amigos de las palmeras: Paz y Bien. Después de un largo tiempo de desierto, comenzamos a plantar palmeras, una cada semana. Queremos un oasis con ciento cincuenta palmeras, como el número de salmos. Volvemos a sentarnos en el oasis, a la sombra, para leer historias que no sabemos si han sucedido o solamente son sueños...comenzamos esta etapa del Palmeral de los Sueños, aprendiendo historias para vivir los sueños. Un abrazo, José Manuel
El amor es ciego y la locura le acompaña

Palmera 42

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El amor es ciego y la locura le acompaña

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: «¿Jugamos al escondite?». La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: «¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?». «Es un juego -explicó la Locura- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden. Cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego».

El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda e, incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, la Verdad prefirió no esconderse, para qué, si, al final, siempre la hallaban, y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto, pero en el fondo, lo que le molestaba es que la idea no hubiese sido suya. Y la Cobardía prefirió no arriesgarse.

«Uno, dos, tres…», comenzó a contar la Locura.

La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer en la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino, ideal para la Belleza, que si una rendija de un árbol, perfecto para la Timidez, que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad, que si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad. Así que terminó por acurrucarse en un rayito de sol.

El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, lo encontró ventilado, cómodo… pero eso sí, sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos, (mentira, se escondió detrás del arco iris). Y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes. El Olvido… ¡se me olvidó dónde se escondió! pero, bueno, eso no es lo importante.

Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

«Un millón» contó la Locura, y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la Pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después escuchó a la Fe discutiendo con Dios en el cielo sobre teología. Y la Pasión y el Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado desde su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y, al acercarse al lago, descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos: El Talento, entre la hierba fresca, a la Angustia, en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris, (mentira, en el fondo del océano), y hasta el Olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

Sólo el Amor no aparecía por ninguna parte. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas, y tomó una horquilla y comenzó a mover sus ramas. Cuando, de pronto… un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del Amor.

La Locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su Lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el amor es ciego y la locura siempre le acompaña.

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