¿Dónde y cómo puedo encontrar a Dios?, pregunté en cierta ocasión a mi viejo maestro. Y el Anciano de los Días, de acuerdo con su costumbre, me refirió la siguiente historia.
Conocí una vez a seis hombres. Todos deseaban lo mismo que tú. Y todos, movidos por un sincero afán de búsqueda, se pusieron en camino.
El primero se hizo ermitaño. Se retiró al desierto y vivió en la soledad de una cueva, meditando y orando. Y Dios, compadecido, correspondió a sus súplicas apareciendo fugazmente ante el eremita.
El segundo se hizo astronauta. Y convencido de que encontraría a Dios en las estrellas, viajó durante años y años, recorriendo el inmenso espacio. Y al final de sus días, Dios, conmovido igualmente por la tenacidad de aquel humano, se presentó fugazmente ante la nave espacial.
El tercero buscó a Dios en el silencio y en el recogimiento de su estudio. Vendió su hacienda y, tras abandonar a su familia y amigos, se encerró en una torre de marfil, rodeado de miles de libros. Y al final de su vida, Dios, maravillado ante el colosal esfuerzo de aquel hombre, se dejó ver fugazmente entre las montañas de legajos y pergaminos.
El cuarto dedicó su vida a la experimentación científica como único medio para encontrar a Dios. Y quemó su vida entre microscopios y laboratorios de toda índole. Y en su ancianidad, Dios, benevolente con aquel sincero y esforzado científico, se presentó fugazmente entre sus matraces.
El quinto eligió el sendero de la religión. Se hizo sacerdote y permaneció célibe entregado al servicio del templo. «Aquel era un lugar divino -razonó- y en consecuencia, el ideal para encontrar a Dios». Pero sólo al final de sus días y merced a la misericordia del Gran Padre, éste accedió a sus ruegos y se presentó fugazmente sobre el altar…
El Anciano de los Días guardó un prolongado silencio.
¿Y el sexto hombre?, pregunté intrigado.
Y mi viejo maestro, abriendo la puerta de la calle, comentó:
El sexto fue mucho más astuto. Abrió la puerta de su casa y, contemplando a las gentes que iban y venían, se mezcló entre ellas, buscando a Dios en cada hombre…
¿Y lo encontró?
El Anciano de los Días sonrió e, invitándome a que saliera, dijo:
Compruébalo por ti mismo.