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Parroquia

Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Palmera

105

Volvemos a plantar palmeras... Queridos amigos de las palmeras: Paz y Bien. Después de un largo tiempo de desierto, comenzamos a plantar palmeras, una cada semana. Queremos un oasis con ciento cincuenta palmeras, como el número de salmos. Volvemos a sentarnos en el oasis, a la sombra, para leer historias que no sabemos si han sucedido o solamente son sueños...comenzamos esta etapa del Palmeral de los Sueños, aprendiendo historias para vivir los sueños. Un abrazo, José Manuel
El espantapájaros

Palmera 105

Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

El Palmeral

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El espantapájaros

En un lejano pueblo vivía un labrador muy avaro y era tanta su avaricia que, cuando un pájaro comía un grano de trigo del suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando que nadie tocara su huerto. 

Un día tuvo una idea: – Ya sé, construiré un espantapájaros, de este modo, alejaré a los animales de mi huerto. 

Cogió tres cañas y con ellas hizo los brazos y las piernas, luego con paja dio forma al cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz puso una zanahoria y la boca fue una hilera de granos de trigo. Le colocó unas ropas rotas y feas y lo hincó en la tierra. Pero se percató de que le faltaba un corazón y cogió el mejor fruto del peral, lo metió entre la paja y se fue a su casa. 

Allí quedó el espantapájaros moviéndose al ritmo del viento. Más tarde un gorrión voló despacio sobre el huerto buscando donde poder encontrar trigo. 

El espantapájaros, al verle, quiso ahuyentarle dando gritos, pero el pájaro se posó en un árbol y dijo: – Déjame coger trigo para mis hijos. – No puedo -contestó el espantapájaros, pero tanto le dolía ver al pobre gorrión pidiendo comida que le dijo: – Puedes coger mis dientes que son granos de trigo. 

El gorrión los cogió y de alegría besó su frente de calabaza. El espantapájaros quedó sin boca, pero muy satisfecho por su acción. 

Una mañana un conejo entró en el huerto. Cuando se dirigía hacia las zanahorias, el muñeco le vio y quiso darle miedo, pero el conejo le miró y le dijo: – Quiero una zanahoria, tengo hambre. 

Tanto le dolía al espantapájaros ver un conejo hambriento que le ofreció su nariz de zanahoria. Una vez el conejo se hubo marchado, quiso cantar de alegría; pero no tenía boca, ni nariz para oler el perfume de las flores del campo, sin embargo, estaba contento. 

Un día apareció un gallo cantando junto a él. 

– Voy a decirle a mi mujer, la gallina, que no ponga más huevos para el dueño de esta huerta, es un avaro que casi no nos da comida -dijo el gallo. – Esto no está bien, yo te daré comida, pero tú no digas nada a tu mujer. Coge mis ojos que son granos de maíz. – Bien -contestó el gallo-, y se fue agradecido. 

Poco más tarde alguien se acercó a él y dijo: 

– Espantapájaros, el labrador me ha echado de su casa y tengo frío, ¿puedes ayudarme? – ¿Quién eres? -preguntó el espantapájaros que no podía verle, pues ya no tenía ojos. – Soy un vagabundo. 

– Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte. – ¡Gracias, espantapájaros! 

Más tarde notó que alguien lloraba junto a él. Era una niña que buscaba comida para su madre y que el dueño de la huerta no quería darle. 

– Pobre -dijo el espantapájaros- te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza… 

Cuando el labrador fue al huerto y vio al espantapájaros en aquel estado, se enfadó mucho y le prendió fuego. Sus amigos, al ver cómo ardía, se acercaron y amenazaron al labrador, pero en aquel momento cayó al suelo algo que pertenecía a aquel monigote: su corazón de pera. 

Entonces el hombre riéndose, se lo comió diciendo: – ¿Decís que todo os lo ha dado? Pues esto me lo como yo. 

Pero sólo al morderla notó un cambio en él y les dijo: – Desde ahora os acogeré siempre. 

Mientras, el espantapájaros se había convertido en cenizas y el humo llegaba hasta el sol transformándose en el más brillante de sus rayos.

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EL PALMERAL

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