Hace unos días he visitado un museo de arte, era la primera vez que he entrado en tan fabuloso lugar.
Al principio no entendía nada, no sabía que significaban esos cuadros que colgaban de las paredes, esas formas raras que adornaban cada pasillo por el que pasaba…
Y puesto que soy muy curioso, le he preguntado a un señor que estaba sentado frente a uno de esos cuadros.
Me ha explicado que se trataba del cuadro de la Paz, y me ha sorprendido.
«¿De la paz?» le he preguntado.
El hombre me ha mirado con media sonrisa en la cara y me ha contado la siguiente historia:
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta.
Muchos artistas lo intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que realmente le gustaron y había que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban las plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no revelaba nada pacífico.
Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido…
El Rey escogió la segunda…
– «Porque», explicaba el Rey, «paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.»