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Parroquia

Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Palmera

60

Volvemos a plantar palmeras... Queridos amigos de las palmeras: Paz y Bien. Después de un largo tiempo de desierto, comenzamos a plantar palmeras, una cada semana. Queremos un oasis con ciento cincuenta palmeras, como el número de salmos. Volvemos a sentarnos en el oasis, a la sombra, para leer historias que no sabemos si han sucedido o solamente son sueños...comenzamos esta etapa del Palmeral de los Sueños, aprendiendo historias para vivir los sueños. Un abrazo, José Manuel
La rana que no sabía que estaba hervida

Palmera 60

La gran ley de la materia abandonada a sí misma es la entropía. Aquello que no se cuida, lo que se deja abandonado, perece, declina, se degrada, se trate de un cuerpo, de una relación, de un jardín o de la organización de un país. Todo requiere cuidado, vigilancia, esfuerzo. Embrutecida por un exceso de estímulos sensoriales, nuestra conciencia se adormece; saturada de informaciones inútiles, la memoria se vuelve obtusa; privados de parámetros, no tenemos puntos de referencia estables; asfixiados por el materialismo y el consumismo, nuestros ideales se achatan y mueren. Y sin que lo advirtamos, estamos cocidos.

Algunas patologías tardan diez, veinte o treinta años en desarrollarse, el tiempo que emplean el cuerpo y el alma en saturarse de toxinas, de tensiones, de bloqueos, de silencios, de exclusiones.

El Palmeral

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La rana que no sabía que estaba hervida

Por un pequeño reinado de la antigüedad pasó una vez un sabio famoso por resolver todos los enigmas que se le plantearan. El Rey, que era un hombre de un gran temperamento, dominado de alguna manera por sus pasiones, lo mandó llamar y le pidió que le diera una fórmula para la felicidad.

Había unavez una rana que brincaba alegremente entre zanjas, arrozales y frescos nenúfares. Persiguiendo un par de zumbones insectos voladores, llegó, salto tras salto, a la era de una granja. En un rincón discreto y recogido, la rana curiosa descubrió una gran olla. De un salto se colocó en el borde y vio que estaba llena de agua fresca y transparente,

-Una piscina magnífica para mí – pensó.

Con una elegante pirueta, se lanzó al agua y, haciendo gala de los diversos estilos de natación en los que era muy experta, comenzó a zambullirse alegre y despreocupadamente.

Pero una mano distraída encendió el fuego bajo la olla.

El agua se fue templando poco a poco. A la rana le agradó la situación.Oh, ¡qué estupendo! Es una piscina climatizada.

Y continuó nadando. La temperatura comenzó a aumentar. El agua estaba caliente, un poquito más de lo que a ella le hubiera gustado, pero de momento no le preocupó, porque el calor la aturdía un poco.

Ahora el agua estaba caliente de verdad. A la rana comenzó a desagradarle, pero estaba ya tan débil, que la soportaba. Se esforzaba por adaptarse, pero no por salir de la situación.

La temperatura del agua continuaba subiendo progresivamente, sin cambios bruscos, hasta el momento en que la rana acabó por cocerse y morir sin intentar salir de la olla.

Si se hubiera metido de golpe en la olla con el agua a cincuenta grados, la rana habría brincado fuera, superando el récord olímpico de salto de valla.

Entonces el sabio se retiró algunos meses hasta que volvió al reino, y le regaló al rey un anillo; junto con el anillo le regaló también la consigna de que leyera una inscripción interna (un pequeño letrero que sólo el rey podía leer) en los momentos de mayor euforia, de mayor éxito, así como en los momentos de mayor amargura, derrota y depresión.

La gente empezó a notar que el rey en sus mejores y peores momentos miraba a su anillo y leía aquella inscripción interna y que con el paso del tiempo esa costumbre lo había transformado en un hombre más sabio y justo, con mucha mayor capacidad de gobernar sanamente aquella comunidad. Trascendió incluso en el reino que en la inscripción interna del anillo del rey había solamente tres palabras.

Cuando murió el Rey los habitantes del reino quisieron saber cuál era la inscripción que había transformado la historia del Rey y de alguna manera la de ellos también.

Fueron a ver el anillo y en su parte interna encontraron escritas estas tres palabras: “Esto también pasará”.

Estas palabras, en los momentos de mayor euforia y triunfo significaban para el rey la posibilidad de poner los pies en la tierra, así como en los momentos de dolor se transformaban en un símbolo de esperanza. En unos y en otros momentos le significaron la posibilidad de mirar hacia adentro y, desde el sentido del éxito interno, la ansiada fórmula de la felicidad.

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