Hace mucho tiempo, vivía un rey a quien se le había metido en la cabeza tocar la luna.
Cavilaba el rey cómo podía llevar adelante tal deseo y, en lugar de atender los asuntos del gobierno, daba vueltas y más vueltas para ver cómo podía llevar a cabo el proyecto.
Muchas noches las pasaba despierto, intentando resolver el problema de cómo tocar la luna y, cuando quedaba vencido por el sueño, seguía soñando con lo mismo. Andaba un poco loco con la idea.
Decidió por fin que tenía que levantar una especie de torre. Por eso, mandó llamar al carpintero jefe y le ordenó que armase un tenderete que llegase al cielo.
El buen hombre estaba seguro de la imposibilidad de esa obra y, aunque mostró mucho interés y entusiasmo con sus herramientas y obreros, la verdad es que no construyó nada.
Pasaron varias semanas y el rey estaba inquieto. Mandó, pues, llamar al carpintero y le dijo que le daba tres días más para armar aquella torre y que, si no lo hacía, sería ahorcado.
El carpintero anduvo de aquí para allá con el martillo en la mano y con el serrucho y con el hacha, sin saber qué hacer.
Pasó un día. Pasó otro. Y, al tercer día, se le ocurrió una idea y fue a ver al rey.
– Anduve pensando mucho en el problema – le dijo – y ya veo cómo se puede resolver. Pero, cuando termine la torre, he de ser el primero en subir a ella.
– ¡De ninguna manera! – gritó el rey con gran enojo -. Seré yo quien lo haga. ¿Dónde se vio que un carpintero ascienda a tales alturas?
Entonces el carpintero le comunicó al rey su plan, y el rey dispuso que todos los habitantes de la ciudad llevasen cajas y cajones al palacio.
El carpintero comenzó a dirigir aquel montón de cajas, que fueron colocados unos sobre otros. Después el rey ordenó que se talasen muchos árboles para hacer más cajones. No quedó en pie ni un solo árbol en toda la ciudad. Y la torre seguía creciendo poco a poco.
Cuando estuvo todo listo, el rey comenzó a ascender. Llegó a la cima y extendió la mano para tocar la luna. Como le parecía que sólo le faltaba un palmo para lograrlo, pidió que le trajesen otro cajón. Pero no quedaban más, ni había madera con que fabricarlo.
El rey se encolerizó al ver que tan poca cosa le impedía lograr su deseo. Tuvo una idea: llamó a los carpinteros y les ordenó que quitasen un cajón de la base para ponerlo en la cima.
Los carpinteros se miraron boquiabiertos. Pero la palabra del rey era ley y ellos tenían que obedecer, de modo que sacaron un cajón de la base.Es fácil de imaginar lo que sucedió: hasta hoy no se ha podido encontrar un solo pelo del rey.