Hace ya muchos años, un hombre llamado Casimiro estaba tan cansado de ver cada día noticias malas en la prensa y televisión, que deseo tener una Navidad en la que todo el mundo fuera verdaderamente bueno y generoso.
Al salir a la calle descubrió a todas las personas haciendo cosas totalmente increíbles: los conductores no se insultaban entre sí, ni a nadie que se cruzara por un sitio inadecuado. Los gamberros no ensuciaban las calles y trataban correctamente a los animales e incluso, una mujer con pinta de poseer mucho dinero, donó todo lo que llevaba encima a un mendigo que pedía unas monedas para seguir sobreviviendo.
Tan complacido estaba con lo que veía, que decidió ir al supermercado en el que solía hacer sus compras normalmente, para dejarle una pequeña propina a esa cajera con tan poca suerte en la vida. Lo que no se esperaba es que, en lugar de la propina, una fuerza invisible le obligó a entregarle casi todo el dinero que tenía en la cartera.
Confundido ante aquel ataque de generosidad tan repentino, se alejó de allí con la intención de ir al gimnasio. Un lugar al que no consiguió llegar, ya que se confundió de autobús y acabó en la galería más peligrosa de la cárcel, compartiendo la tarde con los presos.
Muy enfadado consigo mismo, por hacer ese tipo de cosas en contra de su voluntad, cayó en la cuenta de que eran situaciones provocadas por su deseo.
Unas situaciones, que no fueron todo lo agradables que a él le hubieran gustado y gracias a las cuales descubrió, que no era el más indicado para dar lecciones de espíritu navideño, puesto que su justicia y generosidad eran iguales que las de los demás.