No se trata de no ver la paja en el ojo del vecino, cuando nosotros tenemos una enorme viga en el nuestro, sino de que antes nos miremos a nosotros mismos con espíritu crítico, juzgando nuestras debilidades para corregirlas, y dejando en suspenso cualquier juicio a lo que hagan los demás. A ellos los juzgará el Señor, que es el único que puede hacerlo, nunca debemos juzgarlos nosotros, que no somos quienes para condenar a nadie.
Amar a los demás, como Cristo nos ha enseñado, es reconfortante. Nunca cansa. Al contrario. Infunde mayor vitalidad. Es como