Salgamos de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios, que está presente en los hombres que nos rodean. Sepamos estar atentos a las personas que nos necesitan. Echemos una mano a quienes vemos débiles. Respondamos con una sonrisa a quien está triste. Compartamos nuestra mesa con los que tienen hambre de pan. Alentemos a los deprimidos. Acojamos a los que carecen de todo. Demos amor, sin quedarnos nada para nosotros.
La santidad no es para las personas tristes y amargadas. Ni para los que se quejan continuamente de que todo