Estamos obligados, moralmente, a construir un mundo nuevo en el que la riqueza sea distribuida más justamente. Un mundo en el que cada persona tenga la posibilidad de trabajar dignamente y percibir un justo salario. Un mundo en el que quien tiene capacidad para crear empleo, no rehúya su obligación de hacerlo, tratando a sus empleados con toda la dignidad y justicia que se merecen. Un mundo donde quien trabaja sea consciente de que tiene que contribuir al bien común aportando su esfuerzo y saber.
Los halagos de los hombres no deben ser nuestra preocupación nunca. Porque a quien tenemos que complacer es a ti, Señor nuestro. Tú nos pides