Somos dados a imponer a los demás nuestros propios criterios, incluso violentándoles con palabras elogiosas o con desprecios. En el fondo, lo que nos falta es el conocimiento completo de nosotros mismos y la humildad necesaria para admitir que la libertad que pedimos la debemos conceder a los que no están de acuerdo con nosotros. En el fondo, nos falta el ejercicio siempre saludable de la caridad.
Amar a los demás, como Cristo nos ha enseñado, es reconfortante. Nunca cansa. Al contrario. Infunde mayor vitalidad. Es como