Los cristianos que tratamos de seguir fielmente las enseñanzas de Jesús no debemos encerrarnos en nuestro pequeño mundo geográfico o mental. Hemos de estar abiertos al mundo, como la Iglesia de la que formamos parte. Cristo no predicó solo a los de su pueblo, sino a todos los hombres que se acercaban a escucharle. Anteponer los privilegios de raza, cultura o nacionalidad no casa con el Evangelio. Porque el nacionalismo levanta fronteras y encumbra lo propio como lo mejor y se convierte en un egoísmo que daña la convivencia y rompe la solidaridad.
La fuerza interior, si está dirigida desde el Señor, nos lleva a construir, paso a paso, pero sin desmayo. Lo