Los halagos de los hombres no deben ser nuestra preocupación nunca. Porque a quien tenemos que complacer es a ti, Señor nuestro. Tú nos pides que vivamos conforme al mensaje que nos has dejado: que te amemos con todo el corazón, sin reservarnos nada de él para nosotros, y que veamos en los demás tu rostro y no demos la espalda a sus necesidades espirituales y humanas. Ayúdanos con tu gracia, porque nosotros somos débiles y, con nuestras únicas fuerzas, poco podemos hacer.
María, nuestra Madre, lo es todo para los que nos consideramos hijos suyos. Por eso nos sentimos alegres cuando la