La interpelación a nosotros mismos debería ser permanente: ¿por qué nos hacemos los sordos para no escuchar las peticiones de ayuda, a veces silenciosas, de quienes pasan a nuestro lado?; ¿por qué nos quedamos ciegos para no ver las necesidades que hay en nuestro alrededor? Si creemos en Jesús y estamos convencidos de que tenemos que hacer lo que nos pide, no podemos pasar de largo ante las necesidades de los hermanos.
La solución a muchos enfrentamientos entre personas y entre pueblos está en que quienes aman la paz se impliquen pacíficamente. La violencia no se elimina