Amar a los demás, como Cristo nos ha enseñado, es reconfortante. Nunca cansa. Al contrario. Infunde mayor vitalidad. Es como si cada obra buena que hacemos para los otros se transformara en un antídoto contra la fatiga. Cuanto mejor nos comportemos con los que nos rodean, más felices nos sentiremos. Cuanto más repartamos de lo que tenemos, más libres y alegres estaremos. Cuanto más demos, más llenos de paz estaremos.
Mucho ruido encontramos en nuestras vidas. Proviene del exterior, pero también de nuestro interior. Y tanto ruido impide que escuchemos lo que realmente interesa: a