La humildad no es algo que se viva de palabra, sino que requiere que se practique con las obras. Para un cristiano, ser humilde consiste en reconocer la insignificancia de su propia persona y estar dispuesto a sufrir desprecios y a ser ignorado. El reconocimiento de la insignificancia que uno es, ha de llevar a vivir sirviendo a los que nos rodean y glorificando al Señor que nos ha hecho seguidores suyos, miembros de su familia y herederos de su Reino, sin nosotros merecerlo.
Los halagos de los hombres no deben ser nuestra preocupación nunca. Porque a quien tenemos que complacer es a ti, Señor nuestro. Tú nos pides