Seguir a Jesús, reconociendo que es el Hijo de Dios que vino a salvarnos, es el principio sobre el que ha de basarse el comportamiento de todo creyente cristiano. Proclamemos, como hizo el apóstol, que Él es nuestro Rey y Señor. Sintámonos llenos de gozo porque somos herederos del único reino que merece ser conquistado, aunque sea preciso dar por ello nuestra vida terrenal.
Si nos agarramos con auténtica fe a la misericordia de Dios y nos fiamos de su bondad, caminaremos más seguros.