Como cristianos estamos llamados a tender puentes con todos los que nos rodean. Por eso debemos destruir los muros interiores que nos impiden ver en los demás al hermano que nos necesita, o que nos puede ayudar a ser mejores. No tengamos miedo a abrirnos a los demás, a apoyar todas las causas nobles. Huyamos de trazar barreras que dividen a los “buenos” de los “malos”. Acerquémonos a la otra orilla y hagamos posible que vengan a nosotros los que lo deseen.
Amar a los demás, como Cristo nos ha enseñado, es reconfortante. Nunca cansa. Al contrario. Infunde mayor vitalidad. Es como